P. José Pastor Ramírez, sdb
Distinguidos lectores del Boletín Salesiano, ya arribamos a la cuarta entrega de la serie de artículos “una persona es lo que piensa”. En esta oportunidad les invito a considerar dos aspectos: “pensamiento y propósito”. Nuestra hipótesis es que hasta que una persona no logra “unir pensamiento y propósito, no hay logro inteligente”. Podremos ser productores de ideas estupendas, pero hasta que éstas no se materializan, no obtendremos los logros deseados que en último término buscan dar sentido a la propia vida.
El padre de la Logoterapia, Viktor Frankl, decía muy acertadamente: “en la sociedad del bienestar una buena parte de la población posee medios económicos, pero carece de medios vitales; tiene de qué vivir, pero su vida carece de un porqué, de un sentido, de un propósito”. Lo más honrado que podemos hacer las personas es buscar el sentido que da razón a nuestro vivir. No cerrar ninguna puerta. No desechar ninguna llamada. Estar abiertos a todo y a todos.
Cada persona ha de concebir un propósito legítimo en su corazón y lanzarse a realizarlo, hacer de tal propósito el punto central de su pensamiento. La formadora y asesora personal y de equipos Monika Gruhl en su libro: “El arte de rehacerse: la resiliencia” sostiene que las personas que saben unir pensamiento y propósito concentran su energía en imaginar los resultados deseados, en activar recursos, en obtener mejoras y avances. Acceden a nuevas perspectivas y amplían sus márgenes de actuación. Los problemas para ellos se convierten en tareas y retos.
Concentrar las fuerzas del pensamiento en el objetivo propuesto es fundamental. El Maestro de Nazaret, Jesús, en su preocupación por hacer realidad el proyecto del Padre, lanza a sus seguidores a construir su Reino. Invita continuamente a centrar el pensamiento en metas bien definidas, como por ejemplo: “Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian” (Lc 6, 27-28), “vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura (Mc 16,15). A los doce les dio unas instrucciones muy precisas: “…diríjanse a las ovejas perdidas de la casa de Israel. …proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen enfermos, resuciten muertos, purifiquen leprosos, expulsen demonios. No procuren… alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón. …En la ciudad o pueblo que entren, infórmense de quién hay en él digno, y quédense allí hasta que salgan” (Mt 10, 5-11). Jesús mismo acepta la propuesta del Padre, la hace suya, se lanza a realizarla y siempre tiene este propósito como punto central de sus pensamientos.
Victor Frankl en su libro “El hombre en busca de sentido” sostiene que: “no hay nada en el mundo que capacite tanto a una persona para sobreponerse a las dificultades externas y a las limitaciones internas, como la conciencia de tener una tarea en la vida". Sin un propósito concreto, nada tiene sentido.
El sentido es con uno mismo y con los demás, éste a su vez genera un compromiso entre quien ejerce liderazgo y las personas que se ven involucradas con el propósito, lo que construye un sentido de propósito común entre las partes.
Las personas que unen pensamiento y propósito piensan de manera creativa, original y flexible, están en condiciones de asimilar mentalmente reveses y derrotas y cobrar nuevo impulso. Estas personas conocen los sentimientos de decepción, mal humor, enfado o desánimo; Sin embargo, no se quedan atrapadas interminablemente en tales sentimientos y en detalles desagradables. Se alientan a sí mismas, recobran el ímpetu y encuentran nuevos caminos.
Monika Gruhl asevera que “cuando uno es capaz y está dispuesto a pensar al menos en tres posibilidades, se le abre espacio para un sinnúmero de nuevos caminos. Con una sola posibilidad, nos encontramos en un aprieto; con dos, en el dilema de tener que decidirnos por una de ellas y, por ende, en contra de la otra. Sólo cuando existen tres o más alternativas, tenemos la sensación de estar llevando a cabo una auténtica elección.
En las personas que, por regla general, consiguen llevar a cumplimiento sus propósitos se pueden constatar determinados criterios a la hora de formular objetivos: no se hacen dependientes de los demás sino que formulan sus objetivos de tal manera que esté en su propia mano el alcanzarlos. Tienen claro cómo determinar si los objetivos, ya globales, ya parciales, han sido alcanzados. De ese modo, fijan su nivel de pretensiones y se procuran a sí mismas, por medio de pasos intermedios, realistas, vivencias de éxito. Formulan objetivos de aproximación, no de evitación. Tales personas dividen los objetivos abarcadores en pasos razonables y realizables, y se fijan plazos determinados para llevarlos a cabo. No pierden de vista sus metas fundamentales. Pero, por lo que respecta a los caminos que allá conducen, son creativas y flexibles.
Aquellos que no tienen un propósito central en su vida son presa fácil de las preocupaciones tontas, los miedos, los problemas, y la autocompasión, todos ellos indicadores de debilidad, que conducen, con la misma seguridad que las maldades planteadas, al fracaso, la infelicidad y la pérdida, pues la debilidad a este nivel no puede subsistir en un universo que evoluciona y es poderoso.
Sin desafíos, sin retos por los qué luchar, la vida no tiene atractivo ni interés. No hay cosa que más debilite y atormente al ser humano que carecer de metas estimulantes y tenerlo fácil. Es fundamental vivir con una dirección, tener una misión o un ideal por el qué luchar y creer en ese ideal.
Hay que transformar el pensamiento en acción, en meta alcanzada. Lo que pensamos, lo que sabemos o lo que creemos, a fin de cuentas, no tiene grandes consecuencias. La única consecuencia es lo que hacemos. Jesús no sólo pensó en el Reino del Padre sino que pasó a la acción e hizo presente en su persona el Reino. Don Bosco no sólo pensó el proyecto de la Sociedad Salesiana, sino que lo comunicó a un grupo de jóvenes y con ellos entró en acción. De igual modo, el Beato Miguel Rua cuando recibió la Sociedad Salesiana, como primer sucesor de Don Bosco, se puso en acción. El Papa Paulo VI así definió el nuevo Beato: “Hizo del ejemplo del Santo (Don Bosco) una escuela, de su obra personal, una institución extendida, puede decirse, por toda la Tierra; de su vida una historia, de su regla un espíritu, de su santidad un tipo, un modelo; ha hecho de la fuente una corriente, un río”.
Lo que diferencia a los ganadores de los perdedores más que cualquier otra cosa es que los ganadores pasan del pensamiento a la acción. Sencillamente se ponen en marcha y hacen lo que haya que hacer. “Si tu barco no llega, sal nadando en su busca”. La Parábola de los talentos de Mateo 25,14-18 expresa muy bien la idea: “…un hombre que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad. Enseguida, el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco. Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos. En cambio el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor”. Algunas personas se pasan toda la vida esperando la ocasión ideal para hacer algo. Raramente aparece la ocasión “ideal” para hacer algo. Lo importante es ponerse en marcha, entrar en juego, saltar al campo.
El escritor y psicólogo Norteamericano, J. Canfield en su libro “Los principios del Éxito” dice: Es hora de dejar de esperar: la perfección, la inspiración, tener permiso, que nos den la conformidad, que alguien cambie, que aparezca la persona ideal, que los hijos se vayan de casa, ser ascendido en el trabajo, que cambie el Gobierno, que me cambien de comunidad, que desaparezcan los peligros, que alguien te descubra, tener instrucciones claras, tener autoestima más alta, que el dolor desaparezca. ¡Enfréntate a ello!